lunes, 15 de julio de 2013

Yoani Sánchez: “En Cuba hay pánico de que se corte el subsidio venezolano”


La periodista cubana Yoani Sánchez declaró que en su país surge “el pánico” cuando se piensa en un escenario en el que Venezuela suspenda la ayuda económica que le ofrece a La Habana.

“La gente tiene pánico de que se corte el subsidio venezolano, de que se vea afectado por un cambio político. Es una relación muy oportunista, pero desafortunadamente así lo ha estructurado el Gobierno cubano”, dijo quien cobró notoriedad a través de la publicación de un blog crítico al Estado cubano, en una entrevista publicada en El Nacional.
“Me preocupa mucho que la relación histórica entre Cuba y Venezuela, que se parecen culturalmente, muy cercanas geográficamente, que comparten pasajes de la historia como una raíz hispana, vaya a lastimarse por un contexto determinado”, añadió.
La comunicadora aseguró que muchos venezolanos creen que Cuba significa “injerencia e invasión”. “Me preocupa que en un futuro no podamos trascender este momento tan determinado por las personas que tienen el poder en sus manos y no por cómo piensan sus pueblos”.

CONTUNDENTE articulo de Marta Colomina: Saquean, roban y matan.. pero… ¡chito!

A medida que los efectos del saqueo al país son ya inocultables y la inseguridad “acompañada de violencia y muerte” deviene en la impunidad más absoluta, el gobierno intensifica la represión y censura sobre los escasos medios y periodistas que se atreven a difundir los delitos oficiales y a denunciar la obscena complicidad que los poderes públicos despliegan para justificarlos. El colega Nelson Bocaranda fue citado por la Fiscal, empeñada como está en cumplir las órdenes de culparlo de haber provocado la destrucción de un CDI de La Paz, en Gallo Verde, Maracaibo.
Ni el CDI presenta daño alguno (como comprobase Provea), ni Nelson incitó a la violencia. Lo que hizo el 14-A fue difundir en su Twitter la información dada por gente del sector, de que en dicho CDI “hay unas urnas electorales escondidas y los cubanos allí no las dejan sacar”. A partir de ese mensaje se activó el aquelarre rojo contra él. Está claro que el gobierno le está pasando factura a Bocaranda por haber desmontado las mentiras oficiales sobre la enfermedad y muerte del presidente Chávez. Tan cómplice es la Fiscal, que ni siquiera impidió la agresión que grupos rojos perpetraron contra Nelson a la salida del interrogatorio de 4 horas.
La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) -donde acuden los crecientes perseguidos del régimen para contar sus cuitas y solicitar ayuda- recién dio a conocer un documento en el que muestra su preocupación por la “inseguridad acompañada de violencia y muerte” e insta al Poder Judicial a combatir la impunidad: “Es indispensable la despolitización y la imparcialidad de los agentes de justicia en el ejercicio de sus funciones (… ) El drama de los presos, perseguidos y exiliados políticos niega la posibilidad de disentir, característica de una verdadera democracia”. Mientras la CEV exhorta a los poderes a ser imparciales y ponerse del lado de la justicia, la Fiscal Ortega Díaz hace todo lo contrario.
En Globovisión (y gracias al profesionalismo de los entrevistadores) la Fiscal exhibió impúdica su justificación de los crímenes que se cometen desde las esferas del Poder al afirmar que los Guardias Nacionales que asesinaron a madre e hija en el estado Falcón “no forman parte del Plan Patria Segura” y que la GN “está preparada para garantizar la seguridad ciudadana (… ), defender los derechos humanos y garantizar la vida de las personas”. Al ser preguntada por qué los efectivos se encontraban disparando en la calle si no ejercían labores del mencionado plan, respondió “eso forma parte de la investigación”.
Testigos presenciales del horrendo crimen indican que 25 militares descargaron sus fusiles rusos contra un carro en el que viajaban una mujer y sus 3 hijas adolescentes: “Luiminer Pacheco (40) y una de sus hijas fueron asesinadas el 4 de julio, a las 8 pm, en un operativo de la GNB, en el que dispararon 50 veces” (EU 10-07-13). Al menos dos docenas de GN buscaban a unos supuestos delincuentes que viajaban en un Spark azul: A Luiminer, que conducía su Chevrolet Corsa plateado, le faltaba una cuadra para llegar a su casa cuando los GN dispararon sin aviso alguno. Los vecinos salieron de sus casas e impidieron la fuga de parte de los militares asesinos (“quienes dispararon primero, se fueron en sus motos. Ya solo quedaban 10 funcionarios cuando los vecinos de Luiminer los acorralaron”).
Esta semana dos soldados del Ejército detuvieron a un “pimpinero” en el Táchira y según cuenta un testigo y familiares, fue torturado y obligado a tomar el combustible de su pimpina, de cuyas consecuencias murió. La verdad es que el gobierno ha lanzado a la calle a unos militares -muchos de ellos aleccionados por el odio y seguros de su impunidad- sin entrenamiento alguno para labores de “seguridad ciudadana”, aunque la creencia generalizada es que están en la calle para impedir las crecientes protestas sociales.
El saqueo de los últimos 14 años se expresa, entre otros hechos, en una devaluación de más del 100% solo en 2013 (con el crudo a más de $100) y en reservas internacionales y divisas del Fondo Chino y otros fondos trasvasadas a empresas rojas de maletín y a los bolsillos de los boliburgueses: “la corrupción es un problema mundial, es un problema que siempre ha existido” fue la respuesta de la Fiscal ante los atónitos colegas de Globovisión. El Bank of América calcula que el dólar Sicad con la subasta de esta semana se coloque en Bs. 20 (el innombrable más que lo duplicaría), pero otro ocultador, el director del BCV Armando León, ya advirtió que “el precio final del tipo de cambio sólo será conocido por los sectores a los que les sean asignados los dólares”.
Moraleja: “que saqueen, maten, pero que no se sepa”.

Perdigones en la Cédula (Leonardo Padron)


Perdigones en la cédula

Se llama Ivonne, usa pelo corto, boina y personalidad. Trabaja como chef en Barquisimeto. Ese día, el 16 de abril del 2013, decidió no trabajar y sumarse a la protesta  por el turbio resultado de las elecciones presidenciales. Una parte de sí hubiera preferido amasar el cansancio de tantos días en la promesa de su cama. Pero andaba incrédula y rabiosa. Al llegar a la Avenida Morán se sumó a la multitud que manifestaba pacíficamente. Se sentía más ciudadana de su país que nunca. Hasta que el aire se embutió con el crujido de los perdigones. Llegó la guardia. Ivonne quiso correr. Pero un peinillazo aterrizó en su cabeza. Y otro. Y otro. Era una mujer militar quien la golpeaba con una vehemencia gratuita. La llevó, a ritmo de peinilla, hasta una tanqueta cercana. Se inició  un tejido absurdo de escupitajos, órdenes de caminar en cuclillas y gritar loas a favor de Nicolás Maduro. Cuando quiso entender ya estaba en el Comando 47. Esa sería la escenografía de su pesadilla. Una sargento se acercó con una botella de agua. Juraba que era un pequeño gesto de desagravio. Pero la botella de agua estaba congelada. Dura como granito. La Sargento la llenó de golpes de agua congelada. Le dio con su casco militar, con sus botas militares, con su rabia militar.
En el Comando 47 descubrieron dos afrentas mayúsculas para la revolución. Ivonne era homosexual y bisnieta de Jóvito Villalba. “Tú sabes que nosotros odiamos a los gays, ¡no?”, le dijo La Sargento mientras apaleaba sus rodillas. Ivonne ni siquiera entendía el delito de su condición sexual en un día de efervescencia política. “¿Quién de ustedes es la Villalba?”, graznó alguien que ostentaba un alto rango militar. Ella levantó la mano  desde el orgullo, desde la conciencia que se sabe limpia. “A ti es que te voy a sacar la mierda!”, y el Alto Rango clavó esa línea en sus tímpanos. Ivonne Echenagucia recibió descargas eléctricas en sus manos y piernas. El estupor crecía como una nube oscura. El zapato derecho se le derritió por la electricidad. Un grupo de soldados recibió la instrucción de golpear a los detenidos. Uno de ellos les daba patadas de bajo impacto, molesto con la orden. En un gesto secreto le dio un celular a Ivonne para que avisara a su familia. Los adoctrinaron en el socialismo mientras hacían cinco horas de sentadillas. La Sargento Aquella decidió trasladarla al médico del Comando. Venía otro acto de “desagravio”. En el trayecto, cuando nadie las observaba, arremetió contra Ivonne. Golpe al estómago. A las piernas. Al orgullo. Al gentilicio. “Nunca en mi vida había tenido tanto miedo”, llora debajo de su boina.
Ivonne me cuenta, al borde de un refresco, que luego de haber hecho la denuncia pública, dos hombres la interceptaron en la calle. “El primer balazo va a ser en la pierna. El segundo en la cabeza”. Una gentil manera de pedirle que se callara la boca. Le pregunto por qué insiste en denunciar a sus agresores. “Mi abuela nació en la cárcel”. Ella le contó de la lucha irreductible de Jóvito Villalba contra las dictaduras de Gómez y Pérez Jímenez. La conminó a no callarse. El silencio y la libertad no combinan moralmente. Y allí está Ivonne. Quiere justicia. Y eso que llaman democracia.
Ehisler Vásquez lo reconoce: es el galancito de su familia. Diecinueve años, elocuencia y una carismática sonrisa. Aunque es una virtud compartida. Porque es gemelo. Una virtud lesionada. Porque cinco perdigones le reventaron la cara. Una tronera en carne viva que le hizo voltear la cara de repulsión al más pintado. Eso ocurrió también el martes 16 de abril. ¿Su delito? Marchar hacia la sede del Consejo Nacional Electoral en Barquisimeto para consignar un documento, junto con miles de personas, donde pedían el recuento de los votos de las elecciones presidenciales. Insistían en que el ganador había sido Henrique Capriles. Cuando llegó la Guardia Nacional ellos se resguardaron en el estacionamiento del Sambil. Finalmente, salieron con las manos en alto cantando el himno del país donde nacieron. ¿Quién puede suponer que cantar el himno nacional ocasione cinco perdigones en la cara?
Los médicos apenas pudieron extraerle un perdigón. Los otros cuatro –quizás, dicen- serán expulsados en dos años por el propio cuerpo. Ehisler fue uno de los casos más notorios en la barbarie represiva de las autoridades militares. Su mejilla explotada se reprodujo en la prensa y en las redes sociales. Parecía el mordisco rabioso de un monstruo. Una brusca llaga en su autoestima. Durante un mes entero no salió de su casa, escondiendo el lado derecho de su rostro. El galancito de la panadería. El efusivo estudiante de Mercadeo y Publicidad. Durante quince días solo pudo ingerir alimentos a través de un pitillo. Ha sido operado tres veces. Falta una operación más. Falta dolor.
Eishler se quita la dramática venda que cubre su mejilla. Me enseña la monumental cicatriz. Me conversa su indignación. “¿Volverías a ir a una manifestación contra el gobierno después de lo ocurrido?”, le pregunto. “Ahora más que nunca!” responde y su rostro se infla de certeza. Los militares lo bautizaron como “Cachetón”. Y justo allí, le descargaron la furia de su mal llamada patria. Una patria, cinco perdigones en la cara.
“Yo ni siquiera estaba en la manifestación”, me cuenta Yorgelis Piña con el apremio de sus 18 años. Pero resulta que se tropezó de pecho con el país. Ese día estaba entrenándose para trabajar como centralista en una línea de taxi en Barquisimeto. Sabía del alboroto en la calle y prefirió postergar su hambre. Cuando salió, con una amiga, resurgieron los disparos. Ellas hicieron señas para que no les dispararan. De nada sirvió. Fueron seis guardias contra dos jóvenes aterradas. Una mujer militar, una réplica de La Sargenta Aquella, le puso una navaja en el cuello: “Maldita, te vamos a matar!”. Yorgelis apenas atinó a defenderse con una verdad urgente: “Yo soy hemofílica”. La mujer, vestida de verde furia, le respondió: “¿Y?, yo no soy doctora”. Las golpearon. Las insultaron sin pausa. Les vaciaron encima una ruda porción de terror psicológico: “Las vamos a mandar pa’Uribana, pa’Tocuyito. Ahí les van a hacer de todo”.  Yorgelis pensó en el infierno que son esas cárceles. “Me puse a llorar”. Sintió que salía humo de su corazón.
Ninguno se conocía desde antes. Los unió la vejación sufrida. La impotencia de ver cómo -días después- el Consejo Legislativo  condecoraba a los guardias nacionales que formaron parte de la embestida.  Descubrieron que algo más los unía. Sus familiares habían sido luchadores por la democracia, perseguidos por la dictadura de Pérez Jímenez muchos de ellos. La abuela de una, el padre de otro, tíos. Una poderosa casualidad. La indignación puede germinar como una mata de toronjil. Decidieron hacer algo. Fundaron un movimiento para apostar por la paz, la justicia y los derechos humanos. Todo eso que sintieron vulnerado en carne propia. FUNPAZ, así se llaman ahora. Jackson Escalona, su propulsor central, me cuenta que ahí están congregados al menos 120 afectados por los sucesos del 15 y 16 de abril en Barquisimeto. Sucesos que el gobierno no menciona. Gente imputada por delitos que ni saben nombrar. Gente que apostó por otra versión de país. Gente que sigue amenazada. Que venció el miedo. Gente que insiste en su derecho a protestar. El orgullo ha sido vapuleado con agua congelada. Hay perdigones en la cédula de identidad. La patria no es una consigna en cadena nacional. Quizás es, simplemente, una cicatriz en el rostro.
Me mostraron un collage de videos. Todos grabados desde celulares por testigos. Cuando comencé a verlos tuve que pedirle un whisky al mesonero. Necesitaba estómago para lo que estaba viendo. Mucha sangre. Heridas grotescas. Gente con las manos en alto recibiendo disparos. Guardias penetrando a un edificio para sacar a los manifestantes y empujarlos, golpearlos, humillarlos.
Esa noche, después de hablar largamente con ocho ciudadanos de este país y oír las insólitas historias de 70 detenidos en Lara por reclamar un recuento de votos, sentí que la indignación era imposible de domesticar con un simple whisky. Nada ha pasado con sus denuncias. Están en un pozo negro. “La protesta política está proscrita”, me dice uno de ellos. El informe de Provea sobre esos días es alarmante. Los derechos humanos son letra muerta. Tanta impunidad exige que se active el deshielo de nuestra indiferencia. Es urgente, impostergable. El país anda herido. Cierto. Pero hay gente que más nunca se va a callar.
                   ¿Y tú? ¿Sigues hibernando en el silencio?